El manifiesto no es excluyente, es una llamada de atención como un trombón en la oreja adecuada Hubo una vez una ciudad que tenía una bienal de arte, un festival de jazz, premios literarios
x Luis Mugueta, LA VOZ DE ASTURIAS, 29/01/2011.
Es ciertamente triste pero por más vueltas que se le dé no hay manera respetable o coherente de rebatir el manifiesto Oviedo: SOS Cultura presentado el otro día por una serie de personajes del globo cultural asturiano y al parecer firmado ya por 150 apellidos reconocibles.
Aunque parezca mentira hubo una vez una ciudad que tenía una bienal de arte, un festival de jazz, premios literarios de la talla del Tigre Juan, en otro formato, o Ángel González, este certamen creo que está en busca y dudosa captura.
Y sí, también el Campoamor acogía ciclos de cine añorados, por no hablar de aquellos negros inmensos de eternidad que pisaron sus tablas con sus trompetas, sus grupos y sus orquestas. Aquella ciudad no sólo tenía iniciativa obligada y responsable de los administradores públicos. El contexto animaba entonces (hace más o menos 20 años) a la actividad privada, a la conjunción mixta y a la colaboración que fructificaba en no pocas ocasiones en conciertos en lugares asequibles, en espacios nocturnos de una vanguardia acorde con el ánimo de una generación pujante, fresca, inquieta y divertida, parte de la cual está sin duda detrás de este quejido amargo y reivindicativo.
Absurdo pero auténtico: una ciudad que hace unas semanas optaba a la capitalidad cultural del 2016 se autofagocita en la denominada cultura con mayúsculas, de la que nadie reniega pero que suele estar implicada en sectores definidos, minoritarios y, a menudo, excesivamente privilegiados. Este panorama escaso, cerril y endogámico es el que fusila con la esperanza amarga de renacer de auténticas cenizas el manifiesto ‘Oviedo: SOS Cultura’. La creación exige recreación. La fotografía que desea el mundo cultural ya existe, es la descrita, tiene nada menos que 20 años y, pese a su degeneración, aún hay gente que se reconoce en ella. Una ciudad que, sencillamente, sea coherente con una condición cívica imprescindible para su única función válida: mantener el espacio abierto y tolerante, dotar a los creadores y a los artistas de las infraestructuras necesarias para la expresión. Nada de otro planeta, puesto que ya existen.
Este grupo reunido en torno a una realidad inexistente aún cree que determinados mundos pueden moverse con un manifiesto.
Es lógico que aunque algunos tengan más responsabilidad que otros en la ignorancia, nadie se salve de la descripción desgraciadamente muy aproximada a la realidad: “políticas culturales cutres localistas, paletas…”. No encuentro, a primera vista, una postura crítica con los proyectos y las instalaciones a las que se ha dedicado más empeño desde las administraciones en los últimos años (la Ciudad de la Cultura, en Gijón, el Auditorio del Calatrava, en Oviedo o el Niemeyer, en Avilés), lo que da más validez a la réplica contundente de los creadores: es decir, el manifiesto no es excluyente, simplemente es un grito de aportación, una llamada de atención como un trombón en la oreja adecuada, la responsable.
Un leve vistazo por las ciudades españolas que puedan entrar en el ámbito demográfico, cualitativo y ambicioso de Oviedo deja muy tocado el escaparate de la capital asturiana.
Es honesto, necesario mejor, no volver a conceptuar como pataleta el reclamo coral de los artistas. Es constatable, por desgracia también, que su voz no está de moda en otros ámbitos. La defensa estelar de determinadas causas ajenas a la creación, aunque respetables desde la condición de ciudadanos, no deben desfigurar esta acuarela, una más, que pretende sólo lógica, que no exige prebendas sino exclusivamente lo que no está y debería de estar.
Una ciudad sin alma es un pueblo fantasma. Y el alma no está precisamente en un ático de la calle principal sino en la capacidad que tenemos de buscar la belleza, de elegir nuestros momentos favoritos, y hacerlo en el lugar en el que vivimos todos los días.
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