domingo, 25 de octubre de 2009

Una voz de alarma y una propuesta constructiva para Naval Gijón



x Ruben Vega y Elena Toral. Historiadores.

Tres grúas de Naval Gijón han sido ya abatidas y la cuarta será chatarra en breve. Todo parece anunciar la completa demolición de las instalaciones del astillero sin que nadie haya evaluado previamente el interés de lo que se está destruyendo para determinar, antes de que sea irreparable, si realmente debe ser reducido a escombros o si existe un patrimonio que debiera ser total o parcialmente preservado. Mientras las noticias acerca del futuro de Juliana no pueden resultar más inquietantes, se diría que se está escenificando la agonía del sector de construcción naval en la ciudad, borrando incluso sus vestigios materiales. Convencidos de que se está cometiendo un error, asistimos con alarma al inicio del desmantelamiento de una pieza clave de 120 años de desarrollo industrial en Gijón y cuyo recinto encierra instalaciones del mayor valor histórico que ofrecen además amplias posibilidades de reutilización. Sabemos que miembros de Incuna han visitado el astillero, pero lamentablemente el reciente cierre de Naval Gijón no ha dado lugar a un debate que permitiera una valoración seria de sus instalaciones e identificase lo que sería preciso conservar y legar a generaciones futuras.

Entre tanto, leemos propuestas sobre futuros usos de los terrenos del Dique de las que desconocemos el grado de madurez, pero que tienen en común el silencio respecto al destino que aguarda a las instalaciones actualmente existentes. Hemos visto demasiadas veces cómo se hacía tabla rasa destruyendo el patrimonio como si a nadie le importara, así que no puede extrañar nuestra inquietud como gijoneses que valoran el pasado industrial. Los precedentes no resultan precisamente tranquilizadores. Gijón se ha ido despojando sistemáticamente de sus restos industriales, hasta hacer muy difícil explicar a estudiantes o forasteros el cuño fabril de sus últimos 150 años: nada queda de Fábrica Moreda, Fábrica del Gas, Electra del Llano, Algodonera, Azucarera de Veriña... La lista sería larga y, salvo contadas excepciones, muestra que lo poco que se salva del legado industrial es reducido a «disiecta membra», restos desperdigados y descontextualizados. Desgraciadamente, los ejemplos de un urbanismo mal conciliado con la conservación patrimonial y la incapacidad para integrar lo industrial en el paradigma de cultura son numerosos y, por supuesto, no sólo gijoneses: baste recordar el derribo de la estación ovetense del Vasco. Igualmente abundan las actuaciones que llegan tarde, mal y nunca, cuando el deterioro de lo presuntamente protegido hace ya inútil su conservación. Huelga decir que Naval Gijón, posiblemente el último vestigio que cumple condiciones idóneas para una musealización seria que dé cuenta de nuestra historia industrial, parece abocado a idéntica suerte.

No hablamos de un exponente menor de nuestra industrialización. No sólo porque en su momento de apogeo haya habido en nuestra bahía seis astilleros que daban empleo a varios miles de trabajadores, sino porque, ya desde finales del XIX, la construcción naval supuso la primera industria de transformación derivada de la siderurgia local; la necesaria diversificación que abrió la puerta a una industrialización a gran escala. Coincide que el sector naval gijonés tiene, además, su mejor ejemplo en el Dique, pionero de todos los que vendrían después. Desde su fundación en 1887 por Anselmo Cifuentes, estas instalaciones han recorrido un periplo de evidente interés para conocer la historia empresarial, económica y social asturiana que va paralelo a su evolución tecnológica: de la construcción con remaches a las técnicas más modernas de soldadura y de una cultura del trabajo basada en oficios artesanales a la especialización y segmentación de las labores en líneas de montaje. Tampoco debe olvidarse que la historia del Dique es indisociable de la del movimiento obrero local, gestando en su seno una extensa cultura reivindicativa de la que forman parte nombres como el de Avelino González Mallada, alcalde anarquista de Gijón y trabajador del astillero.

Como historiadores, no queremos limitarnos a dar una voz de alerta a la opinión y realizar un llamamiento a los poderes públicos sino que nos atrevemos a ofrecer una alternativa que permita salvaguardar patrimonio y memoria. Lo que queda de Naval Gijón son restos materiales que mantienen la parte más antigua de sus instalaciones y su maquinaria, de evidente utilidad para la historia de la ciencia y de la técnica. Quedan también trabajadores especializados capaces de recrear su funcionamiento, lo que aporta un capital humano de gran valor. Falta conocer qué tesoro documental puede aportar el archivo de la empresa, del que nos gustaría oír que está debidamente custodiado, para no descubrir, como en tantos otros casos, que acaba pasto de las ratas, convertido en pasta de papel por la humedad o vendido al peso en el rastro.

Partiendo de estos presupuestos, proponemos una musealización que salvaguarde patrimonio y memoria. Una propuesta basada en preservar lo material y lo humano, capaz de generar actividad económica y empleos y abierta a la integración de otras áreas de conocimiento que confieran un nuevo valor añadido a las instalaciones. Existen en España ejemplos de astilleros musealizados en Bilbao o Cádiz y tenemos modelos de referencia foráneos como el ecomuseo de Nantes-Saint Nazaire en Francia. Es factible sintetizar lo mejor de éstos, adaptándolo a nuestra escala y casuística, y añadir nuevas funcionalidades de interés, caso de la recreación de técnicas de trabajo tradicionales o demostraciones del funcionamiento de las máquinas conservadas.

El Dique puede ser un gran contenedor de actividades complementario a otros usos y proyectos, a los que aportaría prestigio y valor añadido. Su conversión en museo estaría en continuidad con las playas de Poniente y el Arbeyal o el Acuario, que supusieron la recuperación del espacio costero para todos los gijoneses, configurando un espacio cultural y de expansión. Perfectamente complementario del Museo del Ferrocarril, puede erigirse junto a éste en puente entre nuestro pasado y nuestro futuro, acorde con la identidad histórica del barrio de El Natahoyo.

En conclusión, nuestra propuesta de conservación de las instalaciones del Dique permitiría poner en valor un patrimonio rico y mal conocido, interesaría al conjunto de los gijoneses, generaría una actividad beneficiosa para la ciudad, mejoraría el entorno urbanístico de la zona, encierra capacidad de generación de empleos, es compatible con otros proyectos como el anunciado parque tecnológico, se complementa de forma natural con la oferta cultural circundante, es respetuoso con la Historia y, en definitiva, contribuiría al desarrollo local. No habrá otra oportunidad como ésta para Gijón.